‘El final de la dictadura’

'Amnistia o el abrazo', de Juan GenovésHoy es 15 de junio. Se cumplen 30 años de las primeras elecciones democráticas tras la larga noche del franquismo. Andaba buscando algo para conmemorar este luminoso aniversario en mi blog cuando cayó en mis manos este artículo del historiador Josep Fontana, publicado en Le Monde Diplomatique (ed. española) de junio de 2007. Se trata de las palabras que este Profesor emérito de la Universitat Pompeu i Fabra pronunció en la presentación del libro ‘El final de la dictadura. La conquista de la democracia en España (Noviembre de 1975- junio 1977)’, de Nicolás Sartorius y Alberto Sabio (Temas de Hoy, Madrid, 2007, 866 páginas, 25 euros). Si crees que la Transición fue cosa de la genialidad o generosidad de sólo dos personas o que la democracia española se otorgó graciosamente porque ya tocaba, te conviene leer esto. La obra de Sartorius y Sabio nos presenta la historia de la lucha de una sociedad que logró desatar lo que el dictador había creído dejar atado y bien atado. A todos aquellos y aquellas que con su trabajo, con su lucha, con su sacrificio, contribuyeron al final de la dictadura, impulsaron la democracia y nos legaron la libertad, MUCHAS GRACIAS.

‘El final de la dictadura’
Josep Fontana

Este de El final de la dictadura, es, déjenme que comience directamente por esta valoración, un libro realmente valioso, cuyo interés se ve acrecentado por algunas características singulares, como la de ofrecemos una combinación, poco habitual, de libro de memorias y de estudio seriamente documentado. Poco habitual, porque las pretendidas verdades de las memorias raras veces resisten el contraste del análisis de la realidad.

Pienso que puede decirse que es uno de los mejores -para mi gusto el mejor- de cuantos se han publicado acerca de la llamada «transición», de la cual nos ofrece una visión que contrasta con la novela, que se consagró hace once años con el libro de la señora Victoria Prego, que cuenta que todo lo que sucedió fue que hubo un cambio propiciado desde arriba por un par de dirigentes, el que entonces era jefe del Gobierno y el que sigue siendo jefe del estado, que nos condujeron a todos hacia la democracia con su solo empeño, sin participación ni mérito alguno por nuestra parte.

A quienes todavía crean en esta fábula les invito a repasar aquella especie de memorias de Carmen Díaz de Rivera, la hija ilegítima de Serrano Súñer, que conocía muy íntimamente a los dos personajes a que me he referido y que nos descubre que ninguno de los dos quería gran cosa más que hacer un apaño, concediendo a lo sumo algunos retoques, lo que sugiere que lo que sucedió después fue que las cosas se les fueron de las manos. Menos aún se puede creer a quienes atribuyen los méritos del cambio a un supuesto reformismo franquista, que es dudoso que existiese jamás, y al cual, en todo caso, es evidente que no pertenecía Suárez. Lo que parece claro es que los jerarcas más lúcidos del franquismo eran conscientes, cuando se acercaban las últimas horas del dictador, de que el tinglado no podía subsistir sin cambios. Hasta Arias, que no era precisamente lúcido, parece que llegó a decir «hacemos el cambio o nos lo hacen». Eran conscientes de que había que tomar alguna medida para evitar que se repitiera aquí lo que había sucedido en Portugal en abril de 1974, como lo muestran las palabras de un personaje harto representativo del sistema como era el conde de Mayalde. Les cito lo que opinaba, tal como nos lo relata en sus memorias Luis Guillermo Perinat, un diplomático al que Arias iba a enviar como representante a Londres, que estaba el primero de octubre de 1975 cerca de Franco, en su última aparición pública en el balcón de la Plaza de Oriente: «Me asomé a uno de los balcones del palacio. La Plaza de Oriente, en efecto, estaba llena; de ello se había ocupado la Organización sindical trayendo autobuses de toda España con gente que venía encantada a pasar un par de días de vacaciones pagadas a Madrid. En el balcón, a mi lado estaba Mayalde, ex alcalde de Madrid, ex embajador en Berlín y ex director general de Seguridad. También se quedó mirando la masa y pensativo me comenta: ‘Esto no significa nada; lo que hay que hacer ahora es convocar unas elecciones y ganarlas’. Mayalde -concluye Perinat- tenía razón porque el régimen ya estaba muerto».Lo que se hizo fue precisamente lo que proponía Mayalde: el último ministro secretario del movimiento convocó unas elecciones y las ganó. Pero, claro está, para que esto saliese medianamente bien había que pagar un precio. Para empezar, el de establecer un pacto con las fuerzas políticas de la oposición que habían de participar en el juego para que este fuese creíble, asegurándose de que en el trato se incluyera a los dos sindicatos principales. Porque si los grandes partidos de la izquierda no significaban mucho, como lo demostró el fracaso de la convocatoria de huelga del 12 de noviembre de 1976, que el PC se había propuesto que fuera «la mayor movilización de masas conocida en cuarenta años», también era verdad que sólo a través de ellos se podía negociar en términos políticos con los sindicatos. La historia de todo lo que pasó no puede reducirse sin embargo a estos pactos por arriba, sino que debe tomar en cuenta, ante todo, la presión de la calle, esto es de la sociedad española, que obligó a ir más allá de lo que unos y otros habían acordado. Cómo sucedieron estas cosas y cómo se llegó por este camino «al final de la Dictadura», es lo que se nos cuenta en estas páginas, que combinan el testimonio personal de Nicolás Sartorius con una contextualización apoyada en un estudio muy serio, con amplio uso de fuentes documentales nuevas, de la movilización social, de la crisis de la economía española, de la persistencia de la coerción, de la forma en que sectores opuestos al cambio trataron de reventarlo, de las pugnas internas en una Iglesia en que la jerarquía no estaba por demasiadas reformas (y que sigue hoy en las mismas), de la división en el seno de las fuerzas armadas, de los jueces y los empresarios, o de la dimensión internacional de los acontecimientos españoles, en un escenario diplomático que, conviene no olvidarlo, estaba dominado por un Kissinger que ha seguido sosteniendo en el último volumen de sus memorias, publicado en 1999, que «Franco había hecho preparativos muy sensatos para su sucesión, restableciendo la monarquía e iniciando los primeros pasos de procedimientos democráticos», lo cual, aparte de ser una muestra más del cinismo del personaje, significa que al gobierno norteamericano no le hacía falta ninguna transición.Este largo y documentado relato de Sartorius y Sabio, esta minuciosa historia de poco más de año y medio, conduce a un desenlace feliz que viene definido por el título mismo del último apartado, «Al final, las urnas», donde se concluye que la conquista de la democracia fue resultado de «una sucesión de reformas democráticas que se producen a lo largo de un breve periodo de tiempo, en la práctica desde julio de 1976, con la caída del gobierno Arias, a junio de 1977, con la celebración de las primeras elecciones libres».

Mérito esencial de la obra, que contrasta en esto con una gran parte de la abundantísima y no siempre útil bibliografía sobre el tema, es dejar claro que la dictadura murió en la calle, y que el protagonismo por este proceso debe otorgarse esencialmente a «la presión múltiple de amplios sectores sociales», lo que lleva a sus autores a concluir que «la democracia española no fue una democracia otorgada, sino conquistada con evidente esfuerzo y abundante riesgo y sacrificio».

Esta me parece ser una necesaria rectificación de la visión establecida, que lo limitaba todo, como he dicho, a la inspiración de dos y a la negociación posterior entre no muchos más, de acuerdo con la opinión de Abril Martorell de que «nuestra transición la protagonizaron individuos y no partidos».

De hecho espero que este cambio de óptica en el análisis de la etapa final de la dictadura -no digo, del franquismo, porque buena parte de lo que este representaba sigue vivo entre nosotros- signifique un estímulo para la renovación de nuestros estudios sobre estas cuestiones y que nos lleve a buscar los orígenes del cambio más allá de donde comienza este libro, en la historia, todavía insuficientemente conocida, de la lucha antifranquista a largo plazo.

Supongo que es el hecho de haber vivido estos acontecimientos en un medio como el de Barcelona, en que no se percibían los cabildeos cortesanos, pero la presión de la calle era mayor y más compleja que en Madrid, lo que en ocasiones me produce la sensación, leyendo estas páginas, de que mi propia experiencia -una experiencia de ciudadano de a pie, sin ninguna responsabilidad política en esos años (la muy escasa que tuve databa de los últimos años cincuenta y los primeros sesenta)- fue algo distinta.

Espero que este libro de Nicolás Sartorius y Alberto Sabio nos ayudará a enriquecer unas investigaciones sobre el franquismo que están excesivamente dedicadas hoy al estudio de la represión, necesario pero insuficiente, para situar en un lugar central la larga lucha contra el régimen, vista desde abajo, como la que aparece ya en los trabajos de muchos investigadores jóvenes, poco difundidos aún, ofrece un serio correctivo a los que nos han venido ofreciendo en sus memorias unos dirigentes que suelen atribuirse unas victorias que no les pertenecen y ocultan unos errores que causaron auténticos desastres.

También en este aspecto aportan estas páginas elementos útiles, como cuando reconocen el error que cometieron los negociadores de los pactos de la Moncloa al dejar muchos aspectos de lo acordado en manos del gobierno, sin ningún órgano de control o seguimiento que vigilase su cumplimiento. Lo que explica que hubiera en la Terrassa de aquellos tiempos manifestaciones de obreros descontentos que reclamaban que se cumplieran plenamente tales pactos, que para ellos se habían reducido a poco más que a la contención salarial.

Por todas las razones que he apuntado, y por muchas otras que sería demasiado largo exponer, pienso que este libro se va a convertir en una lectura de referencia indispensable para cuantos se interesan por la historia de la España actual.

Acerca de blogcha

Grupo Parlamentatario de Chunta Aragonesista en las Cortes cha@cortesaragon.es
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7 respuestas a ‘El final de la dictadura’

  1. Valentín dijo:

    Un fenómeno que se observa a veces en los medios es la simplicidad a la hora de presentar acontecimientos históricos, que siempre son resultado de procesos complejos, en los que además actúan una multiplicidad de agentes como protagonistas.
    Lamentablemente, en la transición y en la elaboración de la propia Constitución se pueden rastrear las influencias de instituciones como el ejército o la iglesia, lo que determinó buena parte del resultado final.
    Un abrazo

  2. Ajovin dijo:

    Hoy por la tarde a la General a comprarlo, y a buscar hueco en mis pocas horas libres.
    Tendré que dejar algún otro libro, cachis.

  3. 39escalones dijo:

    Me ha encantado el post y el artículo, me parece muy lúcido y estoy deseando echarme el libro a la cara. La transición es un periodo tratado siempre de manera complaciente, como si el ‘consenso’ y las ‘leyes de punto final’ tan de moda entonces y que se nos venden como complicados ejercicios de cesión y compensación de los objetivos maximalistas de unos y otros se hubieran extendido al terreno de la opinión. ¿A cuántos políticos, de los de entonces o ahora se les escucha criticar los fallos y los errores? ¿Dónde se habla de las imperfecciones, de los problemas? ¿Dónde entra el concepto de justicia, disuelto cual azucarillo en la cuestión de una ‘reconciliación’ a todas luces hipócrita visto lo visto? Nadie preguntó a la gente que se marchó en 1939, ni se preocupó por quienes no pudieron volver más allá de exiliados ‘mediáticos’ con quienes vender el mensaje que se quería mostrar. Como dice un personaje de la novela «Soldados de Salamina»: ‘Y una gran mierda para la transición’.
    «Sólo» han pasado 30 años, que en términos de análisis histórico no son nada, principalmente porque la mayoría de los protagonistas siguen vivos, pero tengo la intuición de que un análisis futuro con criterios únicamente históricos tendrá mucho más que ver con esta reseña y con el libro que con el escaparate de autocomplacencia que se nos muestra estos días.
    Estupendo post.

  4. amigoplantas dijo:

    Ni tanto ni tan corto, hubo el esfuezo de muchos (a algunos nos tocó pasar bastante miedo en aquellos días), pero también, también, se produjeron genialidades individuales

  5. davicius dijo:

    No sé si estuviste en la presentación esta semana. Las intervenciones de Alberto y de Sartorius fueron muy brillantes, y especialmente la de éste último, haciendo referencia a la génesis del libro y explicando el sentimiento de frustración que el quedó tras ver el la serie de documentales de Victoria Prego sobre la Transición con una visión exclusivamente «desde arriba», como si ese periodo hubiera sido fruto de la acción exclusiva de unos pocos reformistas y soslayando la acción colectiva. En fin, el libro tiene una pinta estupenda, y si Fontana dice lo que dice, es que estamos ante algo serio de verdad….. 😉

  6. m ; ) dijo:

    Hola Chesús y compañía, el libro es espléndido, me queda poco para acabarlo, vaya trabajo que han hecho.

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